Cerrado el juicio. Dictada la sentencia. El caballero de la armadura de diamante y ojos de luna había sido condenado a quemarse en las llamas de la hoguera. La inquisición había hablado. Esa era la voluntad del Señor ante el más grande pecador.
Comenzaba la sesión, y la corte se preparaba para juzgar al guerrero más valiente y más fuerte del feudo, Henry, hijo de un noble de la localidad de Westminster.
-Ante vosotros, estimados hermanos, obispos y sacerdotes, se encuentra el mismo Satanás - decía el inquisidor Giuliano-. He de advertiros. Este hombre ha cometido el mayor de los pecados.
¿Qué podría ser?, se preguntaban asombrados los asistentes a la corte. El marqués Charles III escuchaba con particular indignación cómo la figura de la máxima lealtad se desmoronaba frente a sus verdes ojos.
-Henry, hijo de Richard, hijo de Ferdinand- continuaba el inquisidor- ¿Es cierto que has descendido a los infiernos y hablado con eal demonio?
-Es cierto. Y no solo le he hablado. Él me otorgó lo que vuestro insensato dios no me ha podido dar.
-¡Blasfemo! ¡Engendro de Lucifer! - gritaban los sacerdotes.
-Pues sí, he conseguido lo que vosotros no podéis entender, la sabiduría, el conocimiento, eso que tanto nos esconden. Y viajé al cielo y el mismo Dios está decepcionado... No el dios de vosotros, sino el Dios que habéis traicionado.
Cerrado el juicio. Dictada la sentencia. Henry, hijo de Richard, hijo de Ferdinand, murió incinerado ante los ojos perplejos de una inquisición llena de dudas.
Dante daba un paseo por el purgatorio.