jueves, 31 de octubre de 2013

Sobre la muerte del romance

     Pensé, sinceramente, que no existía manera de que aún me sintiese hechizado al verte. Creí que con tan solo decirme a mí mismo que eras inalcanzable bastaría para callar el grito de mis ojos; pero parece que una chispa de esperanza se confunde entre tus nocturnos cabellos, como la luna que me hace amarla y odiarla al mismo tiempo.

     ¿Qué tan ingenuo hay que ser para creer en uno mismo?

    Luego de pasear por rincones del universo para verme en el espejo, llegué creyendo que era un espíritu libre. Volando, me choqué con tu mirada, y tan solo eso bastó para que notara lo difícil que es olvidar el romance; la idea más férrea de la irracionalidad. Las maravillas infinitas de la incertidumbre encerradas en las posibilidades que son imposibles, ya que el romance muere con la palabra.

     Una vez el amor es declarado, el romance deja de ser, pasa a no-ser, y todas las posibilidades que existían se rinden ante una sola que no necesariamente es la realización del romance. Mientras menos sepa de ti, más grande será el romance, porque hay más probabilidades de que seas eso que no sé que eres. Así funciona el romance, y se juega en solitario. Tú eres la reina de corazones, y yo soy la carta que da las instrucciones del juego; esa que quitas antes de comenzar a jugar.

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