lunes, 8 de diciembre de 2014

Sueño de una noche de invierno

El invierno seguía. La arena blanca que cubría el monte que antes estuvo floreado, ahora se tragaba los pasos del lobo solitario. Los ojos marrones del perro salvaje, poco a poco se tornaban albinos por culpa de la nieve que le rodeaba, y la noche eterna absorbía los suspiros de un cielo sin luna.

Ausencia. Eso era lo que decían todos los rincones del bosque. Ausencia de las tantas cosas que adornaban a la existencia misma. Ausencia de hojas vistiendo, aunque sea de naranja, a los robles. Ausencia de las flores que besaban a la hierba. Ausencia de palabras, que han sido presa del sonido del viento que va dando vueltas en el vacío, y retumbando entre las ramas de los árboles desnudos.

"¡Si existe una razón para vivir, que me parta como un rayo!", parecía aullar el lobo.

La nieve susurraba soledad a los oídos del can y estaba claro que la muerte se acercaba con un enorme empeño a la espalda del animal. No se puede vivir así. No en vano, decía Whitman que aquel que camina una sola legua sin amor, camina amortajado hacia su propio funeral.

Cayó rendido sobre las sábanas blancas que se comían sus pasos; la mano esquelética de la parca rozó la espalda del lobo y le dijo algo al oído. El perro levantó su mirada al horizonte y entre las níveas colinas estaba una azalea que permanecía intacta.

Era la muerte del invierno lo que había sido anunciado...

... pronto llegará la primavera.

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