Las llamas arden en las calles y el pueblo, prisionero del miedo, se enfrenta ante la opresión de la revolución más sangrienta que ha visto nuestra nación.
Comandados por el general Evaristo Rodríguez Peraza, los insurgentes se enfrentan ante el presidente de turno Pedro Melquiades León.
-Quiero ver a León muerto, una bala en el pecho basta, pero ese hijo de perra se merece una bola de tiros.- exclamó Rodríguez Peraza a sus soldados.
Las fuerzas revolucionarias que se enlistaban bajo el mando del general, conocido como "el galán franchute", debido a su cualidad de seductor irresistible y su dominio del francés; más que por convicción servían por el miedo. La figura de Rodríguez Peraza "asustaba al más diablo", no por su fealdad, sino por su frialdad.
El palacio de gobierno, en el centro de la ciudad, era el objetivo del general, y más que el poder, lo movían la envidia y la lujuria que Luisiana Domínguez de León, primera dama, provocaba sobre el "galán franchute".
Luisiana Domínguez de León, es lo que vulgarmente llamaríamos "la cuaima", una mujer de 1,60 m, de figura sensual, labios rojos, ojos azules como el cielo y cabellos rubios como el sol que se alza sobre su esplendor cerúleo. Sin ninguna intención, se convertía en la mujer más hermosa y más peligrosa del país.
-¡Oligarcas, temblad! - gritaban los revolucionarios a las puertas del palacio.
El caos inundaba en aceite el paisaje que alguna vez fue considerado lo más bello de toda América en términos arquitectónicos y urbanísticos. Pronto ese aceite encendería las llamas cuando cayera frente a Luisiana, su esposo, Pedro Melquiades.
La primera bala impactó en la mano izquierda del mandatario, la sangre y la carne hacían pinturas al óleo en el suelo de su oficina de gobierno. Luego de ese fuerte disparo, obedeciendo las palabras del "galán franchute", una cascada de plomo destruyó cualquier señal posible de vida del presidente León. Fue como si cada parte del cuerpo del hombre se tornara de plomo, un magnicidio donde la piel era transmutada en metal, bajo los tiros de armas de la alquimia transmutadora.
Ipso facto, apareció en escena el malo de la película, quien con sus encantos se acercó a seducir a Luisiana.
-Apártate de mi vista, bestia inmunda. - dijo sin dudar dos veces "la cuaima",
Solos en la habitación, Rodríguez Peraza trató de desvestir a la primera dama, pero carácter de la mujer venció ante la opresión del militar libidinoso.
Y con una patada en los genitales y un balazo entre las cejas, Domínguez de León se asomó al balcón del palacio desde donde arrojó el cadáver del inservible desgraciado que alguna vez fue el hombre más temido de la nación.
-¡Aquí tienen a su héroe! - exclamó ante la multitud y sin más que decir se retiró a los interiores del palacio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario