- ¡Rosa! ¡Rosa! ¡Rosa!
- ¿Qué pasó mamá? ¿Por qué tanto alboroto?
- Necesito que le lleve urgentemente esta cesta a su abuela. Usted ya sabe dónde vive, así que vaya y venga sin que nadie la detenga.
- Y así fue como llegué aquí, señor... Me parece que no me ha dicho su nombre.
- ¡Oh! Qué descortés de mi parte, mi nombre es Eugenio.
- ¿Eugenio a secas?
- No no, Eugenio Villalobos.
- ¿Lobos? ¿Dónde?
- No, Villalobos. Ese es mi apellido.
Eugenio era un caballero cortés, pero con un aspecto desaliñado que no se lo quitaba nadie. Cabellos y barba largos y desgreñados, usaba un elegante traje, poco común para andar por el bosque si me preguntan, un sombrero de copa y un monóculo que desentonaba con sus ya descritos atributos, principalmente faciales, y mientras hablábamos noté una cola del mismo colo de su pelaje, digo pelo, salir de su pantalón.
- Señor Villalobos, un gusto en conocerle, yo soy Rosa Caperuzza, pero me puede llamar Rosita.
- Está bien, Rosita. Si me disculpas, tengo asuntos importantes que atender.
- Claro, señor Lobos.
- Villalobos, es Villalobos.
En ese momento, el señor Lobos se retiró de una manera muy peculiar, colocó sus brazos en el suelo como si fuese a gatear, pero cual galope de purasangre, de mi vista se logró alejar.
Seguí mi camino para llegar a donde vive mi abuela Nana, corrí por entre los árboles y reí con el "Cruac" de las ranas, cantaban como en los discos de jazz que escuchaba mi papá, pero que mi madre botó por una razón que no logro recordar... ¡Los discos! Mi papá aún está en la casa, seguro estará rascándose la panza, como dice mi mamá.
- ¡Abuela Nana! ¡Abuela Nana! - grité desde la cerca del jardín de mi abuelita.
Como nadie respondió, luego de cinco minutos pasé y vi a mi abuela en su cama, con aspecto bastante anormal.
- Abuela, se ve rarísima ¿Se siente bien?
- Ujuju, claro que sí, Rosita ¿Y eso que vino a vistar a su abuela? - respondió con un tono muy masculino.
- ¿De verdad? Suena como un hombre, abuela. - le dije sin miedo.
- ¿Qué es esa falta de respeto, mija?
No cabía duda, era un hombre haciéndose pasar por mi abuela. En ese momento, recordé que había leído una historia de una niña que iba a casa de su abuela y esta era reemplazada por... ¡UN LOBO!
- ¡Eugenio! - grité.
- ¡No! ¡Es el leñador transvestite! - dijo Eugenio, quién entró de súbito.
Y así fue como "el lobo" descubrió que la abuela era un leñador transexual.
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