- ¡Carlos Eduardo Rodríguez Millán! ¡Otra vez dejaste la bendita hornilla prendida!
- ¿Otra vez? ¿Cuándo la he dejado encendida, mi amor?
- ¡El coño de tu madre! ¡Esta es la sexta vez! ¡La sexta!
La primera vez había sido el tercer día que empezaron a vivir juntos. Carlos había hecho una cena majestuosa... Sí, había.
La segunda, se disponía a cocinar una pasta y llamaron al teléfono... según él.
La tercera vez quemó el cuarto. Se había llevado la cocina al costado de su cama. Le pareció más cómodo... Quizás fue demasiado cómodo.
Luego, ya a los 3 años de matrimonio, se generó un incendio de tal magnitud que la factura de Domegas fue 2 veces más costosa que la reposición de los daños a la propiedad... Mejor dicho, a las propiedades.
¿Y qué pasó la quinta vez? Se enteró de que el muchacho que cobraba el gas era su primo Luis... Era. Que en paz descanse.
- Ya el narrador explicó... ¿Es necesario más, señor "no-tengo-idea-de-cómo-apagar-una-hornilla"?
-¿Qué´narrador, Emilia?
-¡Mira chico! ¿Tú estás pensando que yo me voy a creer esa del "Alzheimer Selectivo"?
En ese momento, sonó el timbre. Una visita bastante esperada por Emilia.
-¡E-e-el gas! ¡T-t-tienenen derecho a p-p-permanecer ca-calla-llados!... ¡Y p-p-por favor ap-p-paguen la bendita hornilla! - gritó el joven cobrador de Domegas asustado.
Y así fue como Carlos y Emilia compraron una cocina eléctrica.