No me importa que me maltrates, porque sé que al menos me tratas; reconoces mi existencia y, así, no me siento invisible.
Siento que vivo fugazmente en ese sutil insulto que me da nombre, en esas palabras hirientes que me definen y en ese golpe que me da piel, músculos y huesos.
Me siento, aunque sea, como el óxido en el hierro, como la sal para el naufrago, como la inoportuna lluvia que cae sobre los que no tienen techo, y no como la falta de techo... Por lo menos, no me siento invisible porque miras a mis ojos incapaces de llorar y a mi sonrisa que nace naturalmente de una alegría que no tiene razón, pero que es excesivamente verosímil.
No me importa que me maltrates, porque sé que al menos me tratas; reconoces mi existencia y, así, no me siento invisible frente a ti; el espejo.
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