lunes, 10 de septiembre de 2012

Crónica de un desempleado desequilibrado — Parte I: El autobús mágico.

—Cinco y cuarenta y cinco minutos de la mañana en toda la ciudad capitalina, hoy nos espera un brillante y agradable sol a las puertas de nuestras casas.

   Era un día como cualquier otro, llovió peor que el día anterior y los que dan el clima se equivocaron como siempre --A veces me pregunto: ¿Para qué coño dicen que va a haber un brillante sol si no están seguros ni siquiera de cómo rayos es que se ponen las siglas del instituto ese?  Todavía sigo esperando que nieve en esta ciudad.--  Estaba en búsqueda de algo que no se sabe si se puede encontrar, algo intangible y que necesita de compromiso, dedicación y pasión. Sí, adivinaron, estaba buscando empleo.

   Primero, amaneció (como cualquier otro día). No sé si me habré levantado con el pie izquierdo o alguna de esas supersticiones de abuelas que lamentablemente se van heredando -- uno, de los abuelos, aprende dos cosas súper importantes: a ser alcahueta y a usar la edad como un arma en dondequiera que se pueda conseguir ventaja de su condición. Pero por encima de esto se aprende a ser supersticioso-- El caso es que me levanté y encendí la radio. Un hombre cuya voz definitivamente no fue hecha para ser escuchada dijo:

—Cinco y cuarenta y cinco minutos de la mañana en toda la ciudad capitalina, hoy nos espera un brillante y agradable sol a las puertas de nuestras casas.

—¿Y en las ventanas? —pregunté esperando respuestas del aparato.

—Y en las ventanas también, por supuesto —respondió (?).

    Comí mi lujoso desayuno: Arepas añejas con queso de año y un vasito de ron... Añejo, por supuesto. -- Esos son los lujos del desempleado, dejas toda sifrinería atrás y te unes al 70% del país... Digo yo, para que suene impactante. No sé cuál es exactamente el porcentaje de desempleados, pero con tanta lluvia e inundación, digamos que hay muchos peces en el mar-- Tomé mi maletín donde cargo todo lo importante a la hora de buscar trabajo: el curriculum vitae, la cédula de identidad, pruebas falsas de que no firmé y un carnet del partido de gobierno (si uno va a saltar la talanquera es mejor ir pa' donde están los reales). Salí a montarme en mi carrito... El Encava de "Yolvi, el chiquiluqui travieso" y escuché el programa de radio que se acostumbra a escuchar en los autobuses.

—¡Buenos días, Cool Chola! —dijeron los presentes (excepto yo) al mismo tiempo que iniciaba el programa.

    No es que odie el programa, pero simplemente no me identifico con él. Nada en contra del locutor ni de sus expresiones. No pretendo generar un conflicto cultural con el conductor... y mucho menos con el país. Ahorita lo que quiero es un empleo.

—¿Adónde va usté, joven? — preguntó una señora.

    No sabía si era conmigo o no, así que decidí hacer lo más sensato: la ignoré.

—¡Mijo, responda! ¡Es con usté'!
—Disculpe, doña. No sabía que era conmigo.
—¿Doña? —cuestionó enfurecida— ¡Doña será su abuela!
—De hecho, sí.
—¿Va a responder o no?
—Claro, doñ-- señora, disculpe —respiré tratando de calmarme. —. Me dirijo hacia el centro. Estoy buscando un empleo.
—Ah, un joven trabajador.
—Bueno, en busca de.
—¿En busca de qué?
—¡De trabajo, pues! ¿No le acabo de decir?
—Pero, entonces hable completo, mijo. Y respéteme que yo soy una señora mayor.
—¡Una doña es lo que es! —le grité sin contemplación— ¡La parada!
—¿Qué? —exclamó el conductor.
—¡La parada!
—No entiendo, ciudadano.
—¡La parada!— más fuerte.

—Ah, así sí.

    ¿Quién creería que tendría que usar las normas de cortesía en un autobús?

—Muchas gracias —dije entregando el dinero del pasaje.
—¡Epa, aquí faltan dos!
—¿Dos qué? ¿No vale tres el pasaje?
—No, ciudadano. En este municipio se pagan cinco.
—¿A quién se le ocurrió esa mariquera de que sea por municipio?
—¡Apúrese, desgraciado!— gritó la gente que tenía detrás (seguramente, entre ellos la doña).
—Tome su mierda, pues— dije y le lancé un billete de 10— A ver si así se consigue un trabajo de verdad.

   ¿Ustedes creen que me pasé? El otro día en el metro empujé a un señor que se iba a meter al vagón cuando se estaban cerrando las puertas y aunque no sepa leer los labios, sé que me mentó hasta a Eva. ¿Debería tener un psicólogo? Necesito un trabajo, capaz así mantengo la mente despejada...

3 comentarios:

  1. El título del capítulo es medio lugar común, pero la entrada es muy buena. No creo que los de Full Chola te demanden si los llamas por su nombre. Y bueno, independientemente de la cifra de desempleo uno la siente así, es como la inflación: siempre en 25% y uno piensa que es 50. La descripción del maletín es hilarante. Ya.

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  2. Con respecto a lo de Full Chola: No le temo a la demanda, jajaja solo que no menciono en ningún momento que se trate de Caracas, porque quiero que sea como un reflejo de ella.

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  3. ¡Y gracias por comentar! Le puedo cambiar el título en cualquier momento, jaja.

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