En una pequeña ciudad del oeste de Laos vivía un pequeño niño que usaba un pequeño sombrero azul. Detrás de unos no tan pequeños espejuelos que cubrían su rostro, se encontraban sus ojos amarillos. Tenía los ojos pequeños como su papá, pero sus gafas hacían que pareciesen dos ámbares gigantescos, con sus respectivos insectos que eran sus enormes pupilas.
Cierta vez, el pequeño niño se encontró frente a un dragón de Komodo, una especie que no era comúnmente vista por esos lares. Se preguntó cómo habría llegado a Laos un saurio como el que se mostraba imponente frente a sus grandísimos lentes. Sin pensarlo mucho y como por instinto, comenzó a hablarle al réptil.
Curiosamente, el dragón de Komodo le respondió. Le dijo que no estaba en Laos. Que estaba en un lugar que quedaba muy lejos, pero al alcance de un cerrar de ojos... Estaba en Indonesia, el archipiélago de los sueños. Donde el pequeño era del tamaño de una isla y sus ojos eran verdaderamente ámbares con escarabajos en su centro.
El dragón de Komodo extendió unas alas de cisne y alzó vuelo sobre él. "Los dragones de Komodo no vuelan" dijo el niño. Todo se oscureció y sus ojos dejaron de ser ámbares gigantescos detrás de un par de gafas y se convirtieron en los aburridos y pequeños ojos amarillos iguales a los de su papá. Los abrió y los volvió a cerrar, esperando conseguirse una vez más en Indonesia.
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