lunes, 24 de diciembre de 2012

La Promesa del Atardecer

      En el bosque no existía la noche. No existía la luna y la única estrella que brillaba en el cielo era el Sol. Los árboles eran muy altos y nutridos, ya que la fotosíntesis era un proceso eterno como la mañana.

      Las aves hablaban de tierras muy lejanas en las que no existía el Sol y que eran como los árboles por dentro: oscuras y silenciosas. Tierras donde habitaban las criaturas de la noche, que los pájaros describían como demonios voraces y con instintos asesinos.

      Cierta vez, puesto que no se pueden hablar de días y noches sin que se entre en las aguas turbias del misterio del tiempo, llegó al bosque el cachorro de una criatura de la noche que se había perdido de su jauría. Su pelaje era oscuro como el más negro de los cafés y sus ojos del mismo color. Para su edad, tenía un tamaño espeluznante como el de un arbusto de moras... Aclaro: un arbusto de moras como al que estamos acostumbrados. Los arbustos de moras del bosque de la mañana son del tamaño de palmeras... de hecho, no sé por qué nosotros los llamaríamos arbustos.

      Los osos grises, los pardos y los pandas se reunieron en el salón de las secoyas a discutir sobre el destino del "pequeño" animal. 

       Lao Feng, maestro de los osos panda, estaba sentado a la punta de la mesa, en una rama gigantesca y con hojas más verdes que el jade. Por lo general, Lao Feng se mostraba como un oso sabio y justo, pero la presencia de la criatura de la noche le inquietaba y no hallaba la paz en su meditación.

—¡Hermanos osos de distintas castas, todos hijos de la Madre Tierra— introducía el anciano mamífero—; escuchadme!
—¡Le escuchamos, hermano oso!— exclamaron los demás.
—¿Usted me escucha, hermano Wilhelm?— preguntó Lao Feng al maestro de los osos grises.
—Lamentablemente— respondió con apatía.
—Con eso me basta— le dijo—. A mis orejas moteadas ha llegado el desesperado canto de las aves que han visto una mancha negra sobre nuestros verdes pastos. Un retazo de la noche se ha acostado sobre nuestro lienzo y lo ha llenado de colores oscuros...
—¿Y qué ocurre con los colores oscuros?— preguntó Wilhelm interrumpiendo.
—¡Ah! Se me olvidaba que el gris es una triste combinación entre el día y la noche— comentó Lao Feng.
—Y supongo que las manchas negras sobre tu blanco pelaje son del mismo color del Sol— agregó el oso gris.

      El panda se alzo enfurecido de su asiento con sus garras desplegadas y los ojos en llamas.

—¡Aquí no hemos venido a pelear, hermanos osos!— vociferó Amaranta, la maestra de los osos pardos.

      Una pata sobre el lomo de Lao Feng y una dulce mirada con la fuerza de un león, lograron neutralizar las intenciones del oso manchado.

—Maestro Lao Feng, continúe— le dijo—, y deje de hablar de la noche como si hablase de la muerte. Enfurecerá a la Madre Tierra.
—Está bien— decía mientras se retiraba al asiento a la punta de la mesa—. Necesitamos que alguien se encargue del cachorro de la noche hasta que sea lo suficientemente grande para volver a su hogar.
—Yo me encargaré de él y todos sus cuidados— clamó muy decidido Wilhelm.
—Entonces, está decidido. La noche se va con... el atardecer— dijo el panda.
—Me parece bien, mañana estrellada.

       Con un collar de plumas de colibrí, símbolo del presente fugaz, pero eterno, el oso gris se acercó a aquella mancha negra que era temida por Lao Feng. Colocando el abalorio en el cuello del animal, notó que los ojos de éste se abrieron y brillaron con un azul más claro que el cielo del bosque.

—La noche ha de ser un momento precioso. Algún día iremos juntos a vivirla... Lobo.

     Las plumas del collar se encendieron con todos los colores de la mañana y la promesa quedó grabada en una marca en forma de luna creciente sobre la más larga de ellas.


        La criatura de la noche, perdida bajo la mañana eterna, algún día conocerá a la penumbra... y la noche, oculta en el otro lado del universo, algún día conocerá a la criatura que se perdió de su encanto.

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