lunes, 8 de abril de 2013

Hospitalidad

Un hotel es por excelencia el lugar de hospedaje para empresarios, turistas, amantes y artistas de cualquier índole... Sobre todo los músicos que andan de gira, si es que no tienen uno de esos autobuses que son la verdadera esencia del rock n' roll en transición.

Pero, para este personaje en cuestión el mejor lugar para hospedarse es un hospital: "Por algo los llaman así, ¿no?". 

Caminaba un día como cualquier otro este señor que no vivía en la capital. Un caballero de quizás treinta años que buscaba un poco de prosperidad en la capital; la típica historia del típico hombre del campo que va a la ciudad... pero no podríamos decir que es típico quererse hospedar en un hospital... La verdad era un sujeto bastante atípico; un hombre que no conocía el significado de la convencionalidad

Si les soy sincero, creo que los hospitales son lugares espantosos que no me gustaría visitar jamás. Cada vez que me enfermo, no pienso en las medicinas y el trabajo que se acumula... Pienso en el hospital, que se alza frente a mí como un enorme monstruo con dedos de jeringa y su saliva es anestesia que utiliza para morderme haciéndome creer que no me duele. De cualquier modo, no vine a hablar de cómo me siento con respecto a los hospitales, vine a hablarles de este hombre que cree que el hospital es el mejor lugar para pasar la noche...

Justo en el centro de la ciudad se encontraba el más lujoso hospital de la ciudad; con tecnología de punta, doctores importados y nacionales, masajistas expertos en acupuntura y una piscina donde utilizaban métodos alternativos de recuperación derivados de las más maravillosas prácticas orientales de sanación divina. Era el Hilton de los hospitales... o por lo menos, esto creía nuestro protagonista.

Tan pronto vio la fachada del enorme edificio se acercó a la entrada con todas las intenciones de hospedarse.

 
Ya en el lobby del hospital, el hombre se acercó a la recepcionista y le dijo:

—Buenas, quisiera reservar una habitación.
—¿Cómo dice? —preguntó la recepcionista que se encontraba distraída... o, más bien, confundida.
—Quisiera reservar una habitación de este maravilloso hospital.
—Disculpe, señor, pero tiene que estar enfermo para acceder a alguna de nuestras habitaciones.

Indignado por el rechazo de la señorita, el hombre recurrió a una estrategia diferente:

—Yo estoy enfermo, señorita —decía—. Tengo una grave condición que me obliga a recibir atención médica incondicional.
—Eso no es enfermedad. Es mentira.
—No es mentira, ¿por qué razón le mentiría?
—Para acceder a una de nuestras lujosas habitaciones —le respondía la recepcionista—. No crea que es el primero que lo intenta. Muchos tratan, pero todos fracasan.
—¿Insinúa que mis intenciones son poco originales?
—No, la verdad creo que está demente.
—Técnicamente, está diagnosticándome un trastorno mental. Eso entra en la categoría de enfermedad, ¿no?

La recepcionista llamó a uno de los doctores más importantes del recinto para que se encargase de nuestro protagonista. El doctor llegó haciendo la pregunta que quizás ustedes también se están haciendo:

—¿Para qué me llama a mí si yo no soy de seguridad?
—Este hombre quiere hospedarse en el hospital y le dije que primero necesita estar enfermo —contestó la recepcionista.
—¿Qué? ¿Hospedarse aquí? ¿Está usted demente?
—Precisamente —respondió el caballero—. Considero que deberían dejarme hospedarme por ese mismo motivo.

Luego de demostrar obvias pruebas de que estaba loco, nuestro protagonista logró hospedarse en el hospital más lujoso de la ciudad.... y no paga un solo centavo, porque sus gastos los cubre el seguro. Qué maravilloso es ser un enfermo caprichoso arropado bajo el sistema socialista.

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