viernes, 9 de mayo de 2014

Azul

     El sol ascendía y reclamaba con autoridad la cúspide del cielo. El brillo era cegador y el calor me derretía la frente. Llegaba el mediodía y la tarde se asomaba lentamente entregando toda la libertad de las sombras a la tiranía absoluta del astro rey.

Súbitamente, las nubes que paseaban errantes por el cielo, en una suerte de rebelión decidieron alinearse y hacer lo que yo no podría hacer con un dedo: tapar el sol. 

De la sombra generada se lograba escapar apenas un rayo de luz, que no sé si habrá sido real o me lo habré imaginado, y que pendiendo del cielo bajaba hasta el cabello de una dulce criatura que caminaba con alas por el mundo. 


Entre los árboles, su admirable imagen se perdió de mi vista y el sol recuperó su trono. Creí que no la vería más, aunque sé que bastaba ese pequeño instante para que los sueños volaran y una dulce sonrisa de idiota se colara entre mis labios, pero en el nombre de todo lo bueno, ese no sería el único momento. 

Del azul del cielo se desprendieron miles de mariposas y de unas sombras clandestinas apareció nuevamente la encarnación de la belleza. Me acerqué a su elegante figura y con mi mano rocé su espalda, para inclinarme y besar un costado de su rostro. 

Mis ojos observaron los suyos y pude ver en su profunda pupila como un mar azul surgía desde el fondo de su alma y acariciaba el chocolate que ilumina sus párpados abiertos. 

Y en ese momento, con un suspiro que se escapó de sus venas, la bella criatura se fundió entre las cerúleas alas de las mariposas que cruzaron entre los dos, y solo quedó el azul del cielo mezclado con una amable sensación de ausencia que alimentó al silencioso romance de los que vemos poesía en la realidad.

miércoles, 2 de abril de 2014

Arena Blanca

Las tardes se pasaban frente a ese campo adornado de hojas secas, flores marchitas y grama que moría poco a poco.

Los cadáveres florales que abonaban el suelo humífero por motivos que la ciencia aún ignora se transformaban en arena blanca. Los árboles que hasta hace unos días hundían sus raíces en las tierras fertiles se tambaleaban y apenas eran capaces de sobrevivir ante las fuerzas del cambio inevitable.

Un lobo ingenuamente se acercó al claro del bosque que le vio nacer. El perfume de los árboles, que tanta paz le traía, había desaparecido; ahora era la amable esencia de la muerte la que se paseaba entre las hojas y flores marchitas que se volvieron una inmensa sábana blanca.

Una lágrima se congeló antes de lograr siquiera salir de su ojo y parecer lagaña; la enfermedad triunfó sobre la tierra; y al tomar la extraña decisión de comer arena, el lobo se dio cuenta de lo que era.

El invierno llega sin piedad, y la muerte parece un regalo, la solución más dulce a los helados sufrimientos que caracterizan a la vida, al otoño y a la enfermedad.

El lobo se acuesta sobre la arena blanca y decide llamarla nieve, aunque sepa que se trata de miedo, desprecio y palabras salvajes.

Aún así, le entristece y enorgullece al mismo tiempo decir que, al menos ese místico e hipnotizador color alba que le arropa y le ama, es su más fiel amigo en la soledad.

miércoles, 26 de marzo de 2014

Los lobos

Es de tarde y las ventanas se van apoderando de la luz del sol que se esconde en el poniente. Las sombras comienzan a arrastrarse por todas las esquinas, a subir escaleras, a bailar con los lobos y a callar a los pájaros, para que solo el aterrador silencio exista en ese fenómeno al que llaman la noche.

Luego de que la luna llena se sienta en su trono sobre la oscuridad, las sombras se dispersan y la danza de los lobos se hermana con la soledad. Susurros nocturnos se mezclan con los pensamientos. La única voz que se escucha es un grito inaudible que viene desde el núcleo de la almohada. El insomnio se vuelve tan familiar como indeseable.

Y justo cuando se callan los susurros y el grito deja de joder, el sol se lleva todas las luces de las ventanas y la mañana regresa para vernos cerrar los ojos a quienes convivimos todas las noches con los lobos.

sábado, 1 de marzo de 2014

Un montón de gracias.

Gracias a la gente que sigue creyendo en el amor y que sigue queriendo.

Gracias a la gente que no deja de luchar, que no sabe lo que es rendirse.

Gracias a la gente que es humana por convicción y no solo de nacimiento.

Gracias a la gente que hace el bien sin mirar a quién.

Gracias a la gente que hace favores sin esperar nada a cambio.

Gracias a la gente que trabaja con todo su esfuerzo por las cosas que le gustan.

Gracias a la gente que dice lo que piensa sin miedo.

Gracias a la gente que no piensa que agradecer así de indirectamente es algo exclusivo de los ritos religiosos.

Gracias a la gente que piensa diferente.

Gracias a la gente que manifiesta sus alegrías y sus pesares.

Y gracias a la gente que da las gracias... pues esas son las bendiciones de los humanos, dioses y de lo que sea que exista o no.

sábado, 18 de enero de 2014

Una fábula incompatible

Cierta vez en el bosque conversaban la vaca y el león; dos animales que nada más podrían estar tramando algo juntos en una fábula.

—Precisamente por eso cuestiono la finalidad de la moraleja—decía la muy analítica vaca.
—Claro—respondía el león—. Es una estupidez decirle a la gente lo que tiene que hacer mediante unas rimas que ya están pasadas de moda.
—Nada más desactualizado que la rima consonante.

Ambos rieron.

En ese momento, apareció de entre los arbustos un pequeño Cocker Spaniel. Al encontrarse con el león cara a cara, comenzó a gemir por el miedo que le provocaba tan imponente criatura. El llamado rey de la selva se sintió culpable y le dijo al perro:

—Pequeñín, no temas. Estás en una fábula... y en las fábulas todos los animales somos amigos.
—Guau—le replicó el cachorro.
—Y hablamos.
—Guau—ladró una vez más.


La vaca y el león se miraron trágicamente y le pidieron al perro que esperara. Ya el cachorro parecía haber superado el miedo de estar frente al glamoroso felino, pero ahora le inquietaba que los otros animales pudieran articular palabras. Se sentía como Pluto rodeado de animales antropomórficos capaces de hablar. El verbo no es una habilidad común entre las especies no-humanas.

—¿Qué le pasa a este perro?
—Te juro que no entiendo nada— dijo la vaca.

De pronto, las palabras del león se tornaron poco a poco en fieros rugidos.

—¿León? —preguntó la vaca.
—Rawr— dijo el león.

Y tanto la vaca como el Cocker Spaniel comprendieron que la historia ya había dejado de ser una fábula. Como si fuese obra de la magia infinita que nos rodea, el instinto animal superó al intento de  la literatura y el naturalismo se apoderó de todos.

Moraleja: Guau. 

miércoles, 15 de enero de 2014

El Lobo y la Luna

Definitivamente es la luna. Cuando se vuelve oscura, aunque el lobo aúlle durante las noches en que se camufla con la penumbra, así se queda.

De pronto, deja ver un destello sereno y majestuoso de su plateado rostro y poco a poco el lobo la puede volver a ver a sus preciosos ojos, pero tan solo por un par de noches, en las que el mismo plenilunio le ahoga entre esas mareas que se vuelven iracundas con las lágrimas mudas e invisibles del lobo, y sus lágrimas en forma de hojas.

Su cara se desvanece del cielo y vuelve a ese mimetismo con la oscuridad; el lobo aúlla en búsqueda de ese rostro argénteo, pero otra vez deberá esperar a que ella salga vestida de luz y rogar porque las aguas no se encarguen de ahogarle de nuevo.

Y para qué sufrir tanto, se pregunta el lobo, si para él, que está atado a la tierra, no hay manera de surcar los cielos e inclinarse frente a su inmensidad, siquiera para secar sus lágrimas... pues, para nada, pero su instinto le hace seguir aullando.

Cuatro letras tiene Lobo,
cuatro letras tiene Amor,
cuatro letras tiene Luna,
cuatro letras tiene Nada
y cuatro letras no son. 

viernes, 6 de diciembre de 2013

Очи чёрные (Ochi Chernye)

Cierta vez un hombre se encontró con una criatura excesivamente inusual que creaba, con sus diminutos ojos negros, preciosas estelas en el aire. El hombre, extrañado, se acercó a mirar los minúsculos ónices que se veían en el rostro de la criatura y sintió cómo su cuerpo era absorbido por la enorme penumbra que había en su mirada.

Estuvo cayendo en el oscuro abismo de sus ojos por lo que pareció una eternidad, pero justo cuando creía que no terminaría de descender, se encontró con que en el fondo estaban sus propios ojos; los del hombre que miraba a la criatura excesivamente inusual.

En ese momento, Nietzsche se le acercó y le dijo: "¿Ya ves que lo que escribo no son pendejadas?"… y era cierto…

La criatura, de pronto, adoptó una forma muy distinta y el hombre se dio cuenta de que ésta era una mujer. La señorita se colocó unos lentes que hacían ver sus ojos del tamaño de dos grandes rocas de mármol negro. Parpadeó, apenas por un segundo, y ya la dama había desaparecido, pero los dibujos que había hecho en aire aún estaban ahí.