Él acostumbraba a ir al restaurante con su jefe... hasta que cambiaron de administración en la oficina... y lo botaron... porque se robó un... un... un vaso... no, se robó una silla. Lo botaron por ladrón.
-Ernesto, estás despedido por abusador. Te robaste un - dijo el nuevo jefe- ... un algo.
¡Coye!, pero qué fue lo que se robó.
Bueno, estaba Ernesto en el restaurante y se le ocurrió abrir el menú... bueno, uno acostumbra a abrir el menú en un restaurante, aunque se lo sepa de memoria... que por cierto, me está fallando y no puedo recordar qué diablos fue lo que se robó. El caso es que minutos después pidió al camarero:
- Camarero, quiero un Pinot Noir y un Filet Mignon.
Ya me acordé. Era un restaurante francés.
Ernesto estaba animado. Ya parecía haber olvidado que lo despidieron. Me acuerdo que olía a foil gras, una esencia que evocaba en Ernesto y en mí el día de nuestra primera cita... ¿o la segunda? Nos alegraba mucho, pero Ernesto tenía una preocupación de la que no me quería contar, lo podía sentir.
- ¿Qué pasó, mi amor? - le pregunté con delicadeza.
-Nada. Pásame la salsa.
Qué seco este hombre, vale. Nunca me gustó eso de mi Ernesto... y digo "gustó" porque ese día Ernesto hizo "kaput", se fue, minuto de silencio, c'est fini.
¡Ya me acordé de lo que se robó Ernesto! El veneno que el jefe iba a usar en su suegra. El veneno que confundió con la salsa del Filet Mignon. El veneno que yo puse en la mesa. El ve... ¡VERGA!, yo maté a Ernesto.
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